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Vida Floreciente en La Salud y La Enfermedad: El Ministerio Compasivo de Sanidad de Jesús para El Fracturado Mundo del Tercer Milenio

Este artículo fue originalmente presentado como un sermón durante las Conferencias de Misionología del Seminario Fuller en 2021.

Jesús recorría toda Galilea enseñando en las sinagogas, anunciando las buenas noticias del reino y sanando toda enfermedad y dolencia entre la gente. Su fama se extendió por toda Siria y le llevaban todos los que padecían de diversas enfermedades, los que sufrían de dolores graves, los endemoniados, los epilépticos y los paralíticos, y él los sanaba. Lo seguían grandes multitudes de Galilea, Decápolis, Jerusalén, Judea y de la región al otro lado del Jordán. (Mateo 4:23-25)

n

su libro El camino de Jesucristo, el gran teólogo alemán Jürgen Moltmann nos invita a considerar lo que falta en las declaraciones de nuestros credos sobre Cristo. Esto es bastante sorprendente a la luz de cuánto detallan los credos sobre Cristo: hay afirmaciones sobre su preexistencia, concepción virginal, sufrimiento, muerte en la cruz, hasta su gloriosa ascensión. Entonces, ¿hay algo que falte? La respuesta de Moltmann a su propia pregunta es la siguiente: entre las afirmaciones “nació de la Virgen María” y que “padeció bajo el poder de Poncio Pilato”, solo hay una coma, dando a entender que lo que ocurrió entre el nacimiento milagroso de Jesús y sus últimos días de sufrimiento, que sirvieron de antesala a su violenta muerte, no valdría la pena repetir en la confesión credal.1

El punto teológico y pastoral es el siguiente: qué diferente es esta realidad con la que nos encontramos en los Evangelios, especialmente con los tres Sinópticos. De lejos, la mayor parte de estos textos se dedica a la vida y el ministerio terrenal de Jesús, en otras palabras, ¡al “espacio” que ocupa la coma en los credos! Consideremos a Mateo, el evangelio del cual proviene nuestro texto: entre la narrativa de la concepción virginal en el primer capítulo y la condena por parte de Poncio Pilato en el penúltimo capítulo, hay nada menos que 27 capítulos largos que cuentan la historia de la vida de Jesús. De hecho, para los escritores de los Evangelios, la vida terrenal de Jesús tenía un profundo significado teológico, misionológico y pastoral, sin de ninguna manera menoscabar la importancia del sufrimiento, la cruz y la resurrección. El sufrimiento de Cristo fue plasmado acertadamente, pero solo después de que se hubiera narrado la mayor parte de la historia de Jesús.

¿Qué sucedería si al recitar los credos, como nos invita heurísticamente Moltmann a imaginar, los cristianos se detuvieran a reflexionaran sobre el significado de la vida terrenal y el ministerio de Jesús? ¿Qué sucedería si, cada vez que nos reuniéramos para recitar el credo, tras la cláusula “que fue concebido por obra y gracia el Espíritu Santo, nació de la virgen María”, continuáramos:

Bautizado por Juan el Bautista,

lleno del Espíritu Santo:

para predicar el Reino de Dios a los pobres

para sanar a los enfermos,

para recibir a los marginados,

para reanimar a Israel para la salvación de las naciones, y

para tener misericordia de toda
la humanidad.

. . . y continuando que Él también “padeció bajo el poder de Poncio Pilato. . . “2  

Ahora, no me malinterpreten; Moltmann es un teólogo demasiado competente como para sugerir una revisión del credo. De hecho, estas antiguas fórmulas de fe no están sujetas a revisiones anuales, por así decirlo. Su punto, y el mío, es simplemente que la
vida y el ministerio terrenal de Jesús, marcado abundantemente por la sanidad y la liberación como se describe en Marcos 4, tiene profundas implicaciones teológicas, misionológicas y pastorales.

La vida y el ministerio de Jesús, así como su sufrimiento, muerte y gloriosa resurrección, nos brindan esperanza tanto en tiempos de salud como de enfermedad, tanto en temporadas de prosperidad como de crisis. Nos apoyamos en Jesús el sanador tanto en momentos de florecimiento como de sufrimiento. Necesitamos un Salvador tanto para el crecimiento como para la discapacidad. Lo que el ministerio de sanidad de Jesús buscaba, así como su ministerio de liberación, era dar esperanza a los que no tenían esperanza. Al tocar a los leprosos y otros marginados, Jesús estaba afirmando su dignidad ante aquellos que los despreciaban. La invitación de Jesús a los que estaban fuera del pueblo de Dios era una profunda invitación a sentir que pertenecían.

Según los testimonios del Nuevo Testamento, las sanaciones de Jesús fueron motivadas por la compasión: “Cuando Jesús desembarcó y vio tanta gente, tuvo compasión de ellos y sanó a los que estaban enfermos.” (Mateo 14:14). La palabra griega utilizada es “splagchnizomai” (literalmente: “conmoverse hasta las entrañas”), que significa una completa reacción física y mental ante la desesperación de la persona que sufre. Esto significa que las sanaciones de Jesús tenían valor por sí solas. ¡Es bueno ayudar a una persona necesitada! No tiene que servir ningún otro propósito. Amar al prójimo, junto a Dios, es el Evangelio de Cristo.

Junto con la compasión, los evangelistas del Nuevo Testamento también establecen una importante conexión teológica y pastoral con el reino de Dios. Como es bien sabido, todo el enfoque de la venida, el ministerio y la proclamación de Jesús fue el reino venidero establecido por su Padre. Además, Jesús presenta este reino por medio del poder del Espíritu. En su venida, su encarnación, el reino había entrado en el mundo pero aún no en su plenitud total; la consumación final aún estaba por llegar. Es importante destacar que las sanaciones, liberaciones, el perdón de pecados, la inclusión en el pueblo de Dios de aquellos considerados excluidos, y la bienvenida a los “pequeños”, los niños, las mujeres y otros, anunciaban la venida del reino. Mientras que en el presente incluso aquellos sanados volverían a contraer otra enfermedad y aquellos resucitados de entre los muertos, como Lázaro, volverían a encontrarse con la muerte nuevamente, en la venida final del reino serán superadas todas las enfermedades, debilidades e incluso la amenaza de la muerte.

Viviendo en la dinámica del “ya” y el “todavía no”, cada apertura de los ojos de los ciegos señala la venida de la gloria que es demasiado brillante para ser contemplada por cualquier ojo humano; cada apertura de los oídos de los sordos significa la llegada del reino con sonidos tan hermosos que nunca se oyen en esta vida. Cada sanación da testimonio de la llegada de la era de shalom y bienestar sin fin. Sin embargo, y esto es muy importante desde una perspectiva pastoral y misionológica, no había nada “automático”, ninguna formula, ninguna receta estándar sobre las sanaciones de Jesús y la llegada de las promesas del reino. ¿Por qué? Simplemente porque el reino aún no ha llegado en su total plenitud. Hasta que eso suceda, la venida final del shalom de Dios, cada sanación, cada curación, cada resurrección de entre los muertos aún no es definitiva, solo anticipatoria, promisoria. La plenitud está aún por venir.

Es precisamente aquí donde fallan los llamados “sanadores por la fe”, y a veces enferman más a los enfermos. ¿Por qué? Porque no reconocen la dinámica del “ya” y el “todavía no” en relación a la venida del reino de Dios. De esta manera, estos maestros cristianos hacen que la fe, la fe del que recibe la sanidad, es la condición para la cura. La lógica es simple: no hay cura sin fe auténtica. ¡Qué despiadado, qué ausencia de compasión! Los testimonios del Nuevo Testamento sobre el papel de la fe son mucho más complejos. De hecho, se pueden encontrar al menos tres tipos de perspectivas sobre la relación entre la fe y la sanación. En primer lugar, hay instancias en las que la fe se presenta como la condición de la sanidad, los sanadores por la fe suelen apelar a estos pasajes. En segundo lugar, a veces se acude a la fe de otras personas, como en la historia de Marcos de los cuatro hombres que llevan a su amigo en una camilla ante Jesús. En tercer lugar, en otras ocasiones, ni siquiera se menciona la fe. La idea es clara: aunque deseable, la fe (del que sufre) nunca puede ser una condición previa para que haya una cura divina, si no es por otras razones, entonces al menos por la simple observación de que en el Nuevo Testamento hay instancias en las que todos los enfermos fueron sanados, otras veces solo algunos y aún otras cuando nadie fue sanado. Esto es la dinámica del “ya” y el “todavía no” en acción. Como ya se ha mencionado, la sanidad siempre es provisional, ya que más adelante vendrán otras enfermedades. Por otro lado, siempre está la garantía de la consumación final en la venida del Reino. Aunque no pueda consolar a un paciente de cáncer en su lecho de muerte, sigue siendo cierto que la esperanza de una cura final en el reino de Dios es segura y garantizada. Siempre, cuando seguimos al Sanador que en última instancia enfrentó el sufrimiento y la muerte, está presente la sombra de la cruz tanto entre los que han sido sanados como los que no han sido sanados. Todos estamos esperando la resurrección final y la creación de los nuevos cielos y la nueva tierra.

En última instancia, el propio destino de Jesús manifiesta la presencia tanto de la sanación como del sufrimiento en la vida humana. Sí, él fue el sanador, pero también fue herido por nuestros dolores y heridas. Sí, fue la fuente de agua que sacia la sed de todos, pero también tuvo sed en la cruz. Sí, fue el precursor de la resurrección, de la esperanza, pero también enfrentó la muerte sobre el madero. El famoso libro del fallecido católico romano Henri J. M. Nouwen titulado El sanador herido ilustra este dilema. Basado en una antigua leyenda judía (que tiene varias versiones), el libro cuenta la historia de un joven rabino que quiere conocer al Mesías. Al no encontrar al Mesías en ninguna parte, un día el rabino se encuentra con el profeta Elías en las montañas y le pregunta dónde puede encontrar al Mesías. En respuesta a la pregunta del rabino, Elías simplemente responde: “Puedes encontrar al Mesías allá abajo, en el valle, al otro lado de la montaña con mucha gente pobre y que está sufriendo”. Ante la pregunta de “¿Cómo puedo reconocerlo?”, el rabino recibe solo un breve asentimiento del anciano profeta, “Lo reconocerás”.3 En el valle, el rabino ve a una gran multitud de personas heridas, todas ellas sufriendo enormemente. Heridos y sangrando, todos se vendan con ambas manos. El profeta se pregunta en dónde se habrá metido el Mesías. Finalmente, se fija en una persona que, mientras se venda sus propias heridas con una mano, se apresura al mismo tiempo a ayudar a otros con su otra mano en cuanto se necesita ayuda. El rabino reconoce al Prometido. Este es el Sanador Herido, un sanador que está sufriendo él mismo y, al mismo tiempo, le está brindando ayuda a otros que sufren.

Martín Lutero aborda el mismo tema con su famosa distinción entre la “obra propia” y la “obra extraña” de Dios, a veces denominada la obra de su mano derecha y mano izquierda. La obra propia de Dios incluye sanar, restaurar, dar nueva vida y aumentar esperanza. La obra ajena significa traer enfermedades, causar desesperación y quitar la esperanza. Aquel que confía en el Dios de la Biblia acepta ambas obras como provenientes de Dios, esta es la actitud del “teólogo de la cruz.” A diferencia del “teólogo de la gloria” que solo acoge a Dios y la obra gloriosa, poderosa y esplendorosa de Dios, el teólogo de la cruz está dispuesto a seguir los pasos del Mesías sufriente en el camino hacia el Calvario. Mientras que la mente humana imagina a Dios a nuestra propia imagen, es decir, victorioso y poderoso, la mente iluminada por la cruz se contenta con el humilde y moribundo Salvador y sanador humilde.

Sí, el mensaje del reino de Dios trae esperanza para una vida floreciente. Es un mensaje de sanaidad y restauración, un mensaje de nuevos comienzos. Al mismo tiempo, nos recuerda el hecho de que el florecimiento ocurre en lo cotidiano y es una vida de experiencias mixtas. La vida humana en lo cotidiano es lo único que tenemos en este momento, una vida de salud y enfermedad; una vida de luz y oscuridad; una vida de éxito y fracaso; una vida de renacimiento y una vida bajo la decadencia. Pero eso no es todo. También tenemos una esperanza poderosa de consumación final. Mientras tanto, recordemos, vivimos nuestras vidas entre los tiempos, por así decirlo.

Con razón, Moltmann nos recuerda: “Solo lo que puede resistir tanto la salud como la enfermedad, y en última instancia, la vida y la muerte, puede contar como una definición válida de lo que significa ser humano.” Por lo tanto, la definición secular de “salud total” como un índice del florecimiento humano en términos de funcionalidad es altamente problemática. Implica que lo opuesto a lo saludable es “disfuncional.”4 Permíteme ilustrarlo con una experiencia personal. Entre mis cuatro hermanos, mi difunto hermano menor, Mika, nació con un síndrome de Down muy grave. Como es típico en estos niños, también tenía una afección cardíaca, junto con otras deficiencias. Mika trajo mucha felicidad y alegría a mi familia durante mi infancia; él era el héroe. Y falleció antes de cumplir su primer cumpleaños. Sin embargo, su vida fue preciosa y valiosa. Fue un regalo y un tesoro. Sin embargo, en el índice de “salud total”, fue un fracaso total. Pero en el índice de los valores del reino de Dios, él está entre los más importantes de nosotros. Me reuniré con mi hermano menor en el reino y espero con ansias ese encuentro.

Esto no significa que estoy glorificando la enfermedad ni el sufrimiento, ni tampco la pobreza y la injusticia. No hay nada noble en ninguna de estas cosas. Es más bien el reconocimiento realista de nuestra vida en lo cotidiano. Es una vida con salud y enfermedad, felicidad y tristeza, un espíritu alegre y abatido. Con razón, Moltmann nos recuerda que “El amor por la vida dice ‘sí’ a la vida a pesar de sus enfermedades, minusvalías y dolencias, y abre la puerta a una ‘vida contra la muerte.”5

Sí, siguiendo el título de esta reflexión, el ministerio compasivo de sanación de Jesús brinda esperanza para el mundo fracturado del tercer milenio.

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Veli-Matti Kärkkäinen  (MAT ’89) es profesor de teología sistemática y ha sido miembro de la facultad de Fuller desde 2000. También ocupa un puesto de profesor en la Universidad de Helsinki como Docente de Ecumenismo. Como prolífico escritor, ha escrito o editado alrededor de veinte libros en inglés (y siete en su lengua materna, el finlandés), incluyendo Teología cristiana in el mundo pluralista: Una introducción global (2019) (Christian Theology in the Pluralistic World: A Global Introduction) y Realizando la labor de la teología comparativa: Un Manual para Cristianos (2020) (Doing the Work of Comparative Theology: A Primer for Christians). Recientemente completó una serie de cinco volúmenes que abarca todos los temas de teología sistemática titulada Una teología cristiana constructiva para un mundo pluralista (2013–2017) (A Constructive Christian Theology for the Pluralistic World). Está ordenado por la Iglesia Evangélica Luterana en América (Ministro de la Palabra y los Sacramentos, 2015). Ha enseñado y vivido con su familia en tres continentes: Europa, Asia (Tailandia) y Norteamérica (EE. UU.). También ha dictado conferencias y ha sido profesor visitante en varias universidades alrededor del mundo.

Este artículo fue originalmente presentado como un sermón durante las Conferencias de Misionología del Seminario Fuller en 2021.

Jesús recorría toda Galilea enseñando en las sinagogas, anunciando las buenas noticias del reino y sanando toda enfermedad y dolencia entre la gente. Su fama se extendió por toda Siria y le llevaban todos los que padecían de diversas enfermedades, los que sufrían de dolores graves, los endemoniados, los epilépticos y los paralíticos, y él los sanaba. Lo seguían grandes multitudes de Galilea, Decápolis, Jerusalén, Judea y de la región al otro lado del Jordán. (Mateo 4:23-25)

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su libro El camino de Jesucristo, el gran teólogo alemán Jürgen Moltmann nos invita a considerar lo que falta en las declaraciones de nuestros credos sobre Cristo. Esto es bastante sorprendente a la luz de cuánto detallan los credos sobre Cristo: hay afirmaciones sobre su preexistencia, concepción virginal, sufrimiento, muerte en la cruz, hasta su gloriosa ascensión. Entonces, ¿hay algo que falte? La respuesta de Moltmann a su propia pregunta es la siguiente: entre las afirmaciones “nació de la Virgen María” y que “padeció bajo el poder de Poncio Pilato”, solo hay una coma, dando a entender que lo que ocurrió entre el nacimiento milagroso de Jesús y sus últimos días de sufrimiento, que sirvieron de antesala a su violenta muerte, no valdría la pena repetir en la confesión credal.1

El punto teológico y pastoral es el siguiente: qué diferente es esta realidad con la que nos encontramos en los Evangelios, especialmente con los tres Sinópticos. De lejos, la mayor parte de estos textos se dedica a la vida y el ministerio terrenal de Jesús, en otras palabras, ¡al “espacio” que ocupa la coma en los credos! Consideremos a Mateo, el evangelio del cual proviene nuestro texto: entre la narrativa de la concepción virginal en el primer capítulo y la condena por parte de Poncio Pilato en el penúltimo capítulo, hay nada menos que 27 capítulos largos que cuentan la historia de la vida de Jesús. De hecho, para los escritores de los Evangelios, la vida terrenal de Jesús tenía un profundo significado teológico, misionológico y pastoral, sin de ninguna manera menoscabar la importancia del sufrimiento, la cruz y la resurrección. El sufrimiento de Cristo fue plasmado acertadamente, pero solo después de que se hubiera narrado la mayor parte de la historia de Jesús.

¿Qué sucedería si al recitar los credos, como nos invita heurísticamente Moltmann a imaginar, los cristianos se detuvieran a reflexionaran sobre el significado de la vida terrenal y el ministerio de Jesús? ¿Qué sucedería si, cada vez que nos reuniéramos para recitar el credo, tras la cláusula “que fue concebido por obra y gracia el Espíritu Santo, nació de la virgen María”, continuáramos:

Bautizado por Juan el Bautista,

lleno del Espíritu Santo:

para predicar el Reino de Dios a los pobres

para sanar a los enfermos,

para recibir a los marginados,

para reanimar a Israel para la salvación de las naciones, y

para tener misericordia de toda
la humanidad.

. . . y continuando que Él también “padeció bajo el poder de Poncio Pilato. . . “2  

Ahora, no me malinterpreten; Moltmann es un teólogo demasiado competente como para sugerir una revisión del credo. De hecho, estas antiguas fórmulas de fe no están sujetas a revisiones anuales, por así decirlo. Su punto, y el mío, es simplemente que la
vida y el ministerio terrenal de Jesús, marcado abundantemente por la sanidad y la liberación como se describe en Marcos 4, tiene profundas implicaciones teológicas, misionológicas y pastorales.

La vida y el ministerio de Jesús, así como su sufrimiento, muerte y gloriosa resurrección, nos brindan esperanza tanto en tiempos de salud como de enfermedad, tanto en temporadas de prosperidad como de crisis. Nos apoyamos en Jesús el sanador tanto en momentos de florecimiento como de sufrimiento. Necesitamos un Salvador tanto para el crecimiento como para la discapacidad. Lo que el ministerio de sanidad de Jesús buscaba, así como su ministerio de liberación, era dar esperanza a los que no tenían esperanza. Al tocar a los leprosos y otros marginados, Jesús estaba afirmando su dignidad ante aquellos que los despreciaban. La invitación de Jesús a los que estaban fuera del pueblo de Dios era una profunda invitación a sentir que pertenecían.

Según los testimonios del Nuevo Testamento, las sanaciones de Jesús fueron motivadas por la compasión: “Cuando Jesús desembarcó y vio tanta gente, tuvo compasión de ellos y sanó a los que estaban enfermos.” (Mateo 14:14). La palabra griega utilizada es “splagchnizomai” (literalmente: “conmoverse hasta las entrañas”), que significa una completa reacción física y mental ante la desesperación de la persona que sufre. Esto significa que las sanaciones de Jesús tenían valor por sí solas. ¡Es bueno ayudar a una persona necesitada! No tiene que servir ningún otro propósito. Amar al prójimo, junto a Dios, es el Evangelio de Cristo.

Junto con la compasión, los evangelistas del Nuevo Testamento también establecen una importante conexión teológica y pastoral con el reino de Dios. Como es bien sabido, todo el enfoque de la venida, el ministerio y la proclamación de Jesús fue el reino venidero establecido por su Padre. Además, Jesús presenta este reino por medio del poder del Espíritu. En su venida, su encarnación, el reino había entrado en el mundo pero aún no en su plenitud total; la consumación final aún estaba por llegar. Es importante destacar que las sanaciones, liberaciones, el perdón de pecados, la inclusión en el pueblo de Dios de aquellos considerados excluidos, y la bienvenida a los “pequeños”, los niños, las mujeres y otros, anunciaban la venida del reino. Mientras que en el presente incluso aquellos sanados volverían a contraer otra enfermedad y aquellos resucitados de entre los muertos, como Lázaro, volverían a encontrarse con la muerte nuevamente, en la venida final del reino serán superadas todas las enfermedades, debilidades e incluso la amenaza de la muerte.

Viviendo en la dinámica del “ya” y el “todavía no”, cada apertura de los ojos de los ciegos señala la venida de la gloria que es demasiado brillante para ser contemplada por cualquier ojo humano; cada apertura de los oídos de los sordos significa la llegada del reino con sonidos tan hermosos que nunca se oyen en esta vida. Cada sanación da testimonio de la llegada de la era de shalom y bienestar sin fin. Sin embargo, y esto es muy importante desde una perspectiva pastoral y misionológica, no había nada “automático”, ninguna formula, ninguna receta estándar sobre las sanaciones de Jesús y la llegada de las promesas del reino. ¿Por qué? Simplemente porque el reino aún no ha llegado en su total plenitud. Hasta que eso suceda, la venida final del shalom de Dios, cada sanación, cada curación, cada resurrección de entre los muertos aún no es definitiva, solo anticipatoria, promisoria. La plenitud está aún por venir.

Es precisamente aquí donde fallan los llamados “sanadores por la fe”, y a veces enferman más a los enfermos. ¿Por qué? Porque no reconocen la dinámica del “ya” y el “todavía no” en relación a la venida del reino de Dios. De esta manera, estos maestros cristianos hacen que la fe, la fe del que recibe la sanidad, es la condición para la cura. La lógica es simple: no hay cura sin fe auténtica. ¡Qué despiadado, qué ausencia de compasión! Los testimonios del Nuevo Testamento sobre el papel de la fe son mucho más complejos. De hecho, se pueden encontrar al menos tres tipos de perspectivas sobre la relación entre la fe y la sanación. En primer lugar, hay instancias en las que la fe se presenta como la condición de la sanidad, los sanadores por la fe suelen apelar a estos pasajes. En segundo lugar, a veces se acude a la fe de otras personas, como en la historia de Marcos de los cuatro hombres que llevan a su amigo en una camilla ante Jesús. En tercer lugar, en otras ocasiones, ni siquiera se menciona la fe. La idea es clara: aunque deseable, la fe (del que sufre) nunca puede ser una condición previa para que haya una cura divina, si no es por otras razones, entonces al menos por la simple observación de que en el Nuevo Testamento hay instancias en las que todos los enfermos fueron sanados, otras veces solo algunos y aún otras cuando nadie fue sanado. Esto es la dinámica del “ya” y el “todavía no” en acción. Como ya se ha mencionado, la sanidad siempre es provisional, ya que más adelante vendrán otras enfermedades. Por otro lado, siempre está la garantía de la consumación final en la venida del Reino. Aunque no pueda consolar a un paciente de cáncer en su lecho de muerte, sigue siendo cierto que la esperanza de una cura final en el reino de Dios es segura y garantizada. Siempre, cuando seguimos al Sanador que en última instancia enfrentó el sufrimiento y la muerte, está presente la sombra de la cruz tanto entre los que han sido sanados como los que no han sido sanados. Todos estamos esperando la resurrección final y la creación de los nuevos cielos y la nueva tierra.

En última instancia, el propio destino de Jesús manifiesta la presencia tanto de la sanación como del sufrimiento en la vida humana. Sí, él fue el sanador, pero también fue herido por nuestros dolores y heridas. Sí, fue la fuente de agua que sacia la sed de todos, pero también tuvo sed en la cruz. Sí, fue el precursor de la resurrección, de la esperanza, pero también enfrentó la muerte sobre el madero. El famoso libro del fallecido católico romano Henri J. M. Nouwen titulado El sanador herido ilustra este dilema. Basado en una antigua leyenda judía (que tiene varias versiones), el libro cuenta la historia de un joven rabino que quiere conocer al Mesías. Al no encontrar al Mesías en ninguna parte, un día el rabino se encuentra con el profeta Elías en las montañas y le pregunta dónde puede encontrar al Mesías. En respuesta a la pregunta del rabino, Elías simplemente responde: “Puedes encontrar al Mesías allá abajo, en el valle, al otro lado de la montaña con mucha gente pobre y que está sufriendo”. Ante la pregunta de “¿Cómo puedo reconocerlo?”, el rabino recibe solo un breve asentimiento del anciano profeta, “Lo reconocerás”.3 En el valle, el rabino ve a una gran multitud de personas heridas, todas ellas sufriendo enormemente. Heridos y sangrando, todos se vendan con ambas manos. El profeta se pregunta en dónde se habrá metido el Mesías. Finalmente, se fija en una persona que, mientras se venda sus propias heridas con una mano, se apresura al mismo tiempo a ayudar a otros con su otra mano en cuanto se necesita ayuda. El rabino reconoce al Prometido. Este es el Sanador Herido, un sanador que está sufriendo él mismo y, al mismo tiempo, le está brindando ayuda a otros que sufren.

Martín Lutero aborda el mismo tema con su famosa distinción entre la “obra propia” y la “obra extraña” de Dios, a veces denominada la obra de su mano derecha y mano izquierda. La obra propia de Dios incluye sanar, restaurar, dar nueva vida y aumentar esperanza. La obra ajena significa traer enfermedades, causar desesperación y quitar la esperanza. Aquel que confía en el Dios de la Biblia acepta ambas obras como provenientes de Dios, esta es la actitud del “teólogo de la cruz.” A diferencia del “teólogo de la gloria” que solo acoge a Dios y la obra gloriosa, poderosa y esplendorosa de Dios, el teólogo de la cruz está dispuesto a seguir los pasos del Mesías sufriente en el camino hacia el Calvario. Mientras que la mente humana imagina a Dios a nuestra propia imagen, es decir, victorioso y poderoso, la mente iluminada por la cruz se contenta con el humilde y moribundo Salvador y sanador humilde.

Sí, el mensaje del reino de Dios trae esperanza para una vida floreciente. Es un mensaje de sanaidad y restauración, un mensaje de nuevos comienzos. Al mismo tiempo, nos recuerda el hecho de que el florecimiento ocurre en lo cotidiano y es una vida de experiencias mixtas. La vida humana en lo cotidiano es lo único que tenemos en este momento, una vida de salud y enfermedad; una vida de luz y oscuridad; una vida de éxito y fracaso; una vida de renacimiento y una vida bajo la decadencia. Pero eso no es todo. También tenemos una esperanza poderosa de consumación final. Mientras tanto, recordemos, vivimos nuestras vidas entre los tiempos, por así decirlo.

Con razón, Moltmann nos recuerda: “Solo lo que puede resistir tanto la salud como la enfermedad, y en última instancia, la vida y la muerte, puede contar como una definición válida de lo que significa ser humano.” Por lo tanto, la definición secular de “salud total” como un índice del florecimiento humano en términos de funcionalidad es altamente problemática. Implica que lo opuesto a lo saludable es “disfuncional.”4 Permíteme ilustrarlo con una experiencia personal. Entre mis cuatro hermanos, mi difunto hermano menor, Mika, nació con un síndrome de Down muy grave. Como es típico en estos niños, también tenía una afección cardíaca, junto con otras deficiencias. Mika trajo mucha felicidad y alegría a mi familia durante mi infancia; él era el héroe. Y falleció antes de cumplir su primer cumpleaños. Sin embargo, su vida fue preciosa y valiosa. Fue un regalo y un tesoro. Sin embargo, en el índice de “salud total”, fue un fracaso total. Pero en el índice de los valores del reino de Dios, él está entre los más importantes de nosotros. Me reuniré con mi hermano menor en el reino y espero con ansias ese encuentro.

Esto no significa que estoy glorificando la enfermedad ni el sufrimiento, ni tampco la pobreza y la injusticia. No hay nada noble en ninguna de estas cosas. Es más bien el reconocimiento realista de nuestra vida en lo cotidiano. Es una vida con salud y enfermedad, felicidad y tristeza, un espíritu alegre y abatido. Con razón, Moltmann nos recuerda que “El amor por la vida dice ‘sí’ a la vida a pesar de sus enfermedades, minusvalías y dolencias, y abre la puerta a una ‘vida contra la muerte.”5

Sí, siguiendo el título de esta reflexión, el ministerio compasivo de sanación de Jesús brinda esperanza para el mundo fracturado del tercer milenio.

Veilli Matti Karkainen

Veli-Matti Kärkkäinen  (MAT ’89) es profesor de teología sistemática y ha sido miembro de la facultad de Fuller desde 2000. También ocupa un puesto de profesor en la Universidad de Helsinki como Docente de Ecumenismo. Como prolífico escritor, ha escrito o editado alrededor de veinte libros en inglés (y siete en su lengua materna, el finlandés), incluyendo Teología cristiana in el mundo pluralista: Una introducción global (2019) (Christian Theology in the Pluralistic World: A Global Introduction) y Realizando la labor de la teología comparativa: Un Manual para Cristianos (2020) (Doing the Work of Comparative Theology: A Primer for Christians). Recientemente completó una serie de cinco volúmenes que abarca todos los temas de teología sistemática titulada Una teología cristiana constructiva para un mundo pluralista (2013–2017) (A Constructive Christian Theology for the Pluralistic World). Está ordenado por la Iglesia Evangélica Luterana en América (Ministro de la Palabra y los Sacramentos, 2015). Ha enseñado y vivido con su familia en tres continentes: Europa, Asia (Tailandia) y Norteamérica (EE. UU.). También ha dictado conferencias y ha sido profesor visitante en varias universidades alrededor del mundo.

Originally published

April 22, 2024

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Jennifer Ackerman, director of Brehm Preaching, describes the role preachers play as prophetic witnesses to truth.