Mision Sin Conquista

MISIÓN SIN CONQUISTA:

Acompañamiento de comunidades indígenas autóctonas como práctica misionera alternativa

por Willis Horst, Ute Müeller Eckhardt, y Frank Paul

Buenos Aires: Ediciones Kairós, 2009

“Misión Sin Conquista” es el registro de la profunda reflexión que surge de la experiencia de un equipo de misioneros Menonitas al convivir y caminar junto al pueblo indígena Toba-Qom del Chaco Argentino. En la forma de un diario y colección de testimonios, el libro ofrece una perspectiva “desde dentro” del proceso de contextualización del evangelio que lleva a un nuevo paradigma de misión cristiana transcultural y por último, para la comunidad Toba-Qom, la formación de una genuina iglesia indígena.

Como el título sugiere, los autores se proponen demostrar que la vocación misionera que emana del evangelio es una que evita todo tipo de práctica proselitista, paternalista, colonizadora o conquistadora. Haciendo uso de mas de cuarenta años de servicio y observación participativa, el co-autor Willis Horst señala que “cualquier acción que disminuya a otro no es digna de llamarse evangelio.”(p.15) Esta convicción ha impulsado al equipo menonita a desarrollar una forma alternativa de misión que consiste en caminar al lado de otros que también buscan la vida, priorizando la integridad de los pueblos y las personas.

Un término clave sobre el cual los autores desarrollan el argument es el de “auto-determinación religiosa,” término que se refiere al respeto hacia las bases culturales que definen la identidad de un pueblo. El primer fundamento de este principio se encuentra en una antropología que reconoce la historia de cada pueblo como proyectos de vida legítimos y exitosos. Aquí sus integrantes tienen la plena capacidad para, en diálogo con otros, seleccionar aspectos a mantener o incorporar tanto de la cultura originaria como la cultura externa o envolvente.

Un segundo aspecto que da fundamento al principio de autodeterminación religiosa depende del entendimiento teológico de los misioneros que los habilita para reconocer las marcas de Dios en cada persona y cultura. Bajo diferentes imágenes o metáforas tales como: “utopía,” “shalom,” “tierra sin males,” “restauración de memoria” o incluso “cielos nuevos y tierra nueva,” los pueblos originarios demuestran que ellos ya se encuentran en el desarrollo de diferentes proyectos de vida, esperanzas y metas. El evangelio entonces opera como una nueva entrada que fortalece, contribuye y continua la búsqueda de vida de un pueblo, ahora definido a través de la persona de Jesucristo.

A lo largo de la narrativa de la obra, los autores crecen en su entendimiento respecto al tipo de espiritualidad que los Toba-Qom han desarrollado a lo largo de los siglos. Ellos reconocen virtudes tales como: integridad de vida (ausencia de concepciones dualistas), identidad comunal, integración entre fe y acciones, y mutualidad en la creación de orden en las relaciones. Estos elementos son los que hacen a la teología Toba-Qom una de una relevancia y riqueza extraordinarias, especialmente para la cosmovisión occidental.

Los autores además señalan que el resultado de sostener este marco teológico y antropológico facilita un nuevo entendimiento de la manera de ser iglesia que enfatiza un tipo de pluralismo religioso donde “cada pueblo, cultura o congregación tiene la posibilidad de comprender e interpretar el mensaje del evangelio desde el interior de su cultura.”(p.28) De esta manera las iglesias son habilitadas para que, libremente, puedan crear nuevas y más apropiadas espiritualidades, teologías y eclesiologías que, a los ojos del visitante, pueden parecer “raras” o no ortodoxas.

El éxito de la misión Menonita en el Chaco argentino se puede atribuir al sincero reconocimiento de los mismos misioneros de ser representantes de una sociedad occidental responsable de terrible daños, abusos y sufrimientos cometidos en contra de los pueblos indígenas. Como resultado, el acercamiento de sus misioneros fue conducido bajo un espíritu de fraternidad, paciencia, y vulnerabilidad -una postura que reconoce que el misionero blanco no es el agente que trae a Dios a las personas sino uno que es traído por Dios como un huésped. Como huésped, el misionero comparte las comidas, canta alabanzas y duerme entre los hermanos y hermanas indígenas quienes por siglos han llevado la imagen de Dios, y ahora lo hacen a la luz de quien es “el camino, la verdad y la vida.”